Al acabar el debate Rajoy-Rubalcaba del 7 de noviembre, desde la sede de los partidos de ambos candidatos se enviaban señales de triunfo. Como siempre, todas las partes se sintieron ganadoras (tal vez consiguieron sus objetivos: uno no hacer el ridículo y el otro salvar los muebles). Oír los vítores de la calle Génova celebrando algo tan subjetivo como el triunfo en un debate es preocupante.
Sin embargo… Celebraban otra cosa (porque festejar el cara a cara… ¡a quién se le ocurriría!). Celebraban una victoria aplastante e incontestable. Objetiva. De esas que no se olvidan. Con un resultado contundente: 585 a 48.
Espectacular, ¿no?
Ése es el número de veces que Mariano Rajoy y José Luis Rodriguez -perdón- Alfredo Pérez Rubalcaba -respectivamente- miraron sus papeles. Lo cual pone en evidencia una cosa: ambos saben leer (algo es algo).
No obstante, pensar que una persona que va a ser presidente del gobierno no es capaz de construir un hilo argumental basándose en sus convicciones, en su memoria, en su oratoria y en su capacidad de conversación es casi patético. Ni siquiera el cierre final, es decir, las conclusiones y el mensaje más personal fue capaz de comunicarlo sin tirar de «chuleta».
Tener políticos (y presidentes) tan poco preparados habla mal de la clase política, pero sintiéndolo mucho, diré que también de quien les vota.